Nota realizada por Jorge Lanta
Frente a algunas preguntas cierra los ojos y tira la cabeza hacia atrás, como si pudieran ordenarse en su cabeza los recuerdos, como si pudieran moverse, volver a encajar. Ese gesto dura una eternidad y luego, cuando vuelve a abrir los ojos, los tiene húmedos y esquivos.
“¿Cuánto hace que estás acá, María?” , le pregunté. Y entonces tiró la cabeza hacia atrás, cerró los ojos e hizo un largo silencio.
-No me acuerdo. Para mí que hace un año, estoy. Pero no me acuerdo bien.
-¿Navidad y Año Nuevo las pasaste acá?
Asintió con la cabeza -
¿Y tu familia te vino a visitar?
-No
-¿Cuánto hace que no te ves con tu familia?
-Sinceramente no me acuerdo. Hace rato que no los veo y no sé cómo están.
-¿Cuántos pibes tenés?
-En total son doce.
“Es como un animalito”, me dice Rapa, mi productor, cuando salimos del penal de Villa Lanús, en Misiones. La palabra me choca, pero Rapa lo dice hasta con ternura. Yo pienso que es como un animalito herido, y que quizá todos seamos eso, en el fondo.
En treinta y ocho años de carrera nunca terminé una nota en silencio, con lágrimas en los ojos y dándole la mano al entrevistado. Acabo de hacerlo con María Ovando. María Ramona Ovando, se llama. Tiene 37 años, nueve hermanos, analfabetos como ella, trabaja en la recolección de yerba desde que aprendió a caminar, a los once fue entregada a una familia para trabajar como empleada doméstica, a los quince tuvo su primer embarazo, tuvo doce hijos y una de ellas, la menor, Carolina, se murió en sus brazos porque no llegó a un centro de salud para que la atendieran . María la enterró debajo de un árbol de uña de gato y no dijo nada hasta que llegó la Policía. Y se la llevó como a un animalito.
“Mi papá me pegaba con cable trenzado y mi mamá, cuando se enojaba, no me daba de comer”, cuenta María, que terminó siendo criada por una mujer a la que llamaba “madrina”. A los catorce formó una pareja con Manuel Castillo, que abusaba de ella y con quien tuvo nueve hijos . María tiene cicatrices de Castillo, de las que no se borran: en los brazos, el torso, el cuero cabelludo.
“Manuel era más rebelde que mi papá, que era duro”, le dijo al psiquiatra Oscar Krimer. “Mi papá me decía que lo deje porque me iba a seguir matando ( no dijo “iba a matarme”, dijo “me iba a seguir matando”, como si matarla fuera cosa de todos los días ). Una vez me fui tres días y él me buscó y me amenazó que era capaz de quemarme, a mis hijos y a mis padres, yo tenía miedo y vergüenza. Igual, señor, yo cuidé bien a mis hijos , los quiero a todos, a todos les di el pecho durante un año”. María se escapó entonces desde Paraguay a la Argentina, convivió con Rogelio Ramírez, con quien tuvo dos hijos y luego con Demetrio Ayala con el que tuvo su última hija, que nunca reconoció y que lleva el apellido Ovando.
“Demetrio tenía un rifle para cazar palomas y siempre estaba cargado. El me decía: ‘Yo hablo una vez; después, ya sabés …’ A veces me tiraba la comida en la cara cuando no le gustaba, hasta ahora me acuerdo de eso. Demetrio no se animaba a trabajar. Tenía que enfrentar sola”, dice. María trabajaba en la cantera municipal de Colonia Delicia, de lunes a viernes, de 6 a 11.
Nunca le pagaron : “Nunca vi dinero, me pagaban con vales para comida, pero nunca alcanzaba”. 170 pesos por mes en tickets aptos para comprar comida en un solo local.
“Vivimos mucho tiempo bajo una carpa de plástico negro . Yo sé cocinar adentro cuando llueve. Para pedir mi casa me tenían de pelotuda en la Municipalidad. Después me dieron el Plan Techo, una casita de madera sin divisiones , con una cama grande, donde dormía con Demetrio y Carmen, la beba; en la cucheta dormían tres chicos en la parte de abajo y arriba dos. Baño no tenía, tenía un baño así nomás en el monte, sin techo; tampoco tenía luz ni agua , con los chicos acarreábamos agua del arroyo Aguaray Guazú”.
En la última semana de marzo de 2011 María estaba sola en su casa con sus hijos y nietos: “Carolina se empezó a quejar de dolor de panza a la mañana temprano.
Yo empecé a desesperar porque la veía mal y le estaba dando de mamar a Carmen. Entonces dejé a la beba con mi hijo Roque, el más grande (tenía cinco años) y cargué a Carolina hasta la ruta 12. Era de día y hacía mucho calor, y a mí me dolía la herida de la cesárea y los brazos se me empezaron a acalambrar, pero seguí igual porque quería llevarla al hospital de Puerto Esperanza. Salí de casa sin una moneda, sin un billete, tuve que caminar con Carolina toda la arribada de la ruta hasta donde para el colectivo. Le hacía señas a los autos para que me llevaran, pero ninguno paró. Estuve como tres o cuatro horas al sol. Carolina respiraba despacito y enfrente estaba el cartel verde del arroyo Aguaray Guazú. Yo tenía la cabeza en blanco, en un momento la bajé al piso y su cuerpo estaba duro y frío . Después no me acuerdo nada más. Me desesperé, me dolía la cabeza, me subía un calor y pensaba, ¿cómo vuelvo a mi casa? El tenía un arma, un rifle, yo no sabía lo que me estaba pasando, tenía la cabeza vacía, como aturdida”.
A orillas del arroyo María hizo un pozo con sus propias manos y enterró a la nena. En abril, cuando estaba trabajando en la cantera, la detuvieron. La Policía la amenazó y le dijo que ella merecía la muerte porque había matado a su hija. A la semana de su detención, Demetrio vendió la casa y todas las pertenencias familiares. El oficial de policía que la detuvo declaró más tarde que María lo miró “con rostro diabólico” .
María Ovando empezó a existir para el Estado cuando tuvieron que encarcelarla. El primer documento que tuvo Carolina fue su acta de defunción. Supe de María por dos mujeres: la periodista local Alicia Rivas Zelaya y la ex diputada porteña y dirigente del MST Vilma Ripoll . Cuando el rostro y los silencios de María Ovando aparecieron por la televisión el caso se politizó: llegaron a decir que haber salido al aire en Periodismo Para Todos iba a hacer que la dejaran detenida diez o veinte años. Ripoll se presentó al juicio con un recurso de “amicus curiae” al que se adjuntaron más de 26.000 firmas que pudieron juntarse gracias al apoyo de Radio Mitre . El miedo del poder al juicio público era creciente. “El juicio dejó al desnudo que no hay Estado”, comentó a Clarín el abogado Eduardo Paredes. “Cuando se le preguntó al intendente Ebert Veda Duarte sobre la asignación, contestó que el ANSeS estaba muy lejos”, dijo.
El presidente del tribunal afirmó al final de una audiencia ante una rueda de periodistas de la Capital: “Vos, que venís de la ciudad, estás acostumbrada a no caminar, pero acá la gente está acostumbrada a caminar, así que si ella no caminó fue porque no quería”.
El centro asistencial más próximo estaba a 25 kilómetros .
El aparato de propaganda oficial fue representado en el juicio por el periodista Waldemar Florentín: dijo que María había matado a uno de sus hijos a martillazos y que también había asesinado a su primer marido . En ambos casos está comprobado que no fue así: el primer marido la abandonó cuando se fue a Paraguay y el nene murió de un paro cardiorrespiratorio.
El miércoles, después del mediodía, María Ovando fue puesta en libertad.
Investigación: JL/María Eugenia Duffard/Amelia Cole
Fuente: Clarín
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